martes, 10 de abril de 2012


El despertador sonó a las siete, como cada mañana. Como cada mañana, se despertó cansado: le pesaban los párpados, le dolía la espalda y emitía gemidos extraños cada vez que se levantaba de la cama. Miró a su lado y ahí estaba Lucía, aún dormida, dándole la espalda.
Dejó la ducha encendida y se miró al espejo. Las arrugas se hacía cada vez más numerosas y evidentes en su rostro. Todos los días durante los últimos cinco años escudriñaba su cara en busca de nuevos signos del paso del tiempo, y cada uno de esos días se sentía horrorizado por alguno nuevo.
A pesar de lo que la gente pudiera pensar, e incluso de la imagen que él mismo trataba de transmitir, no se consideraba una persona feliz. Había renunciado a sus sueños siendo aún muy joven, y aquello le había pasado factura. Amaba el éxito, la popularidad, ansiaba el reconocimiento público más que ninguna otra cosa; sin embargo, carecía del valor necesario para conseguir todo eso. Con poco más de veinte años tuvo la ocasión de marcharse a una ciudad más grande, con más oportunidades y más actividad creativa; tenía los medios económicos y el apoyo de su familia, pero no fue suficiente. La simple idea de alejarse de sus padres le hacía sentirse desnudo e indefenso, sin nadie que pudiera solucionarle los problemas ante el más mínimo signo de flaqueza.
Ahora, con una carrera mediocre como creativo de una empresa mediocre en una mediocre ciudad y diez años más encima, no había día que no se arrepintiera de aquella cobarde decisión, aunque jamás lo exteriorizara.
El siguiente fracaso en su vida fue casarse con una mujer a la que no amaba.
Conoció a Lucía con veintitrés años, y se casó con ella a los veinticinco. Ella era una buena chica, de una familia decente y con una prometedora carrera en la judicatura, y se enamoró de él nada más conocerlo. A él le parecía graciosa, pero poco más. Sin embargo, sus padres vieron en Lucía a la nuera perfecta y, una vez más, su voluntad pesó más que el deseo de su hijo.
Después de aquello, se entrego más en cuerpo que en alma a su carrera profesional, lo cual le permitía estar poco en su casa a la vez que guardaba las apariencias de cara a la galería. Intentó llenar su vacío emocional en muchas camas, y prometió a otras tantas chicas que lo dejaría todo para fugarse con ellas a un lugar perdido del Sahara. Repitió aquellas mentiras tantas veces que casi acabó por creerlas.
Bajo la ducha, imaginaba todas las mañanas cómo iba a cambiar aquello, todos los errores que había cometido y todas sus decisiones equivocadas. Sentía que el agua le depuraba de todo el fracaso acumulado, podía notar como se desprendía de su piel, como se iba a través del desagüe junto a la espuma, y abandonaba su cuerpo para siempre. Sin embargo, al salir de la ducha y ver su cepillo de dientes junto al de su esposa, notaba de nuevo un ligero peso sobre él, y este aumentaba cuando volvía a ver su rostro reflejado en el espejo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Las cosas cambian.

No, no os habéis equivocado, esto no es un concurso de obviedades. Es solo uno de esos pensamientos que a veces necesitas expresar para digerirlos, para que tu mente los metabolice y los asimile.

“Las cosas cambian": cuántas veces habremos usado esa frase para justificar conductas que no nos gustan o, simplemente, para justificar algo. Cuando deja de gustarte alguien es que “las cosas han cambiado entre nosotros. Le quiero, pero no del mismo modo…”. Cuando dejas de relacionarte con alguien es porque “ha cambiado mucho. Ya no tenemos cosas en común…”. Cuando pierdes la ilusión por algo es que “he cambiado tanto… Ya no soy el crío que le daba importancia a esas cosas…”.

Es increíble la capacidad que el ser humano tiene para autoengañarse. Las cosas no cambian solas, somos nosotros los que marcamos su rumbo con nuestros actos.

Pero supongo que eso es demasiado difícil de asimilar y supone demasiada responsabilidad que soportar.
Es mucho más fácil seguir pensando que “las cosas cambian” y que nosotros no podemos hacer nada por evitarlo. Hace que nos sintamos menos culpables por dejar escapar aquello que un día nos hizo felices. 


domingo, 3 de julio de 2011

LEMBRANÇAS (VOL.I)

Yo una guitarra acústica,
Tú el genio de Úbeda.
Yo un café solo, tu el hielo.
Yo huérfana de alguien,
Tú con exceso de cariño.
Tú recién levantado,
Yo sin sueño.



Rememorando textos antiguos, de mi yo más visceral. Aquella muchacha de 15 años que tenía más de Sabina y menos de Coelho.
Me caía bien aquella chiquilla. Hubiera llegado lejos… 

domingo, 26 de junio de 2011

Caminos y metas

Un día en una clase de filosofía me dijeron “si un placer presente va a provocar un sufrimiento futuro, evítalo”. Desde entonces le he dado vueltas a esa reflexión en varios momentos de mi vida sin llegar a ninguna conclusión precisa, y este es uno de ellos.
En cierto modo, esa reflexión es la historia de siempre, la que determina las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida: ¿Vale la pena sacrificar la felicidad presente por un posible (y sólo posible) bienestar futuro? En definitiva, ¿es la felicidad el camino o la meta?
Ser feliz (cómo serlo), no es una ciencia exacta. No existe un Felicidad para Dummies ni un Aprenda a ser feliz en 10 sencillos pasos (excepto en las Cosmopolitans, Womans, Elles y de más), y si existieran no verían la luz, porque a los editores de libros de autoayuda no les saldría rentable. Yo creo que esa es, a la vez, la virtud y el defecto de la misma: nadie sabe qué es exactamente ser feliz, pero es algo que reconoces cuando te llega.
Por eso mismo, si eres feliz (o crees serlo), ¿vale la pena sacrificar esa felicidad para obtener una mayor felicidad futura, la cual nadie te garantiza? O, visto desde el otro lado, ¿es lógico arriesgar la felicidad futura por una aparente felicidad presente?
Todos hemos visto El Club de los Poetas Muertos y llevamos el carpe diem por bandera, pero ¿cuántos de nosotros vivimos realmente de acuerdo con esa filosofía?
Cuando me planteo estas cuestiones, la niña que llevo dentro se inquieta y se acelera. Grita que la gente buena es feliz, y los buenos son los que ganan en los cuentos de Disney. Acto seguido, la cínica que nunca me abandona la aparta de una patada, se enciende un cigarrillo y llena de ceniza las portadas de esos cuentos.
Cuando tenía 12 años, quería ser una guapa y exitosa periodista deportiva. Cuando cumplí los 16, decidí cambiar el periodismo deportivo por la escritura, mucho más profunda y reflexiva. Con los 18, me pareció que lo más fácil era ser una periodista generalista, y mi meta era llegar a ser alguien respetable.
Ahora, con 20, he decidido que quiero ser feliz, aunque no sepa exactamente que es lo que significa. 


jueves, 19 de mayo de 2011



Estaba sentada en el alféizar de la ventana, fumándose un pitillo a grandes bocanadas. Aparentemente había sido un día más, pero ella sabía que algo en su interior había cambiado y nada volvería a ser como antes.
Su primera reacción al ver aquella esquela en el periódico fue dudar. No recordaba con exactitud sus apellidos, y mucho menos el nombre de sus hermanos. Tuvo que rebuscar en las viejas agendas del instituto para asegurarse.
Después llegó la incredulidad. Era joven y gozaba de una buena salud, no sabía cómo podía haber pasado. Claro que la última vez que lo vio fue hace nueve meses.
Decidió que tenía que comprobarlo con sus propios ojos y se fue al tanatorio… y ojala no lo hubiera hecho. Cuando llego no sabía qué decir, qué hacer ni cómo presentarse. Al fin y al cabo, hacía mucho tiempo que ya no formaba parte de su vida.
Y, sin embargo, no entendía a que se debía el vacío que se apoderaba de ella. No lograba comprender porque lo seguía sintiendo tan suyo y aquello la tocaba tan de cerca. Aunque, en el fondo, creía saber por qué.
Tal vez lo suyo no había sido ni muy largo, ni tampoco muy intenso. Incluso puede que ni si quiera fuera bonito. Pero, sin embargo, no tenía ninguna duda de que había sido verdad.  

lunes, 16 de mayo de 2011

Donde duele, inspira.

Ya lo dijo Picasso, “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Y yo, últimamente, trabajo poco y me inspiro menos. Y creo saber porqué: SOY FELIZ.
Sé que esta afirmación puede salirme cara, pero debo hacerla, aunque sea a modo de justificación. Me explico.
Siempre he pensado que las situaciones límite sacan lo mejor del género humano, y sobretodo de su intelecto. No sé si es el mundo en general o soy yo en particular, pero en los momentos malos, cuando tengo crisis de identidad, es cuando mejor escribo, cuando más “artista” me siento. Debe ser por eso que las mejores canciones son canciones tristes.
Por eso mismo, y debido a la prolongada ausencia de musas en mi vida, me planteo algo: ¿se puede ser  feliz y ser un genio? O, por el contrario, ¿estamos destinados a escoger entre nuestra felicidad o nuestra obra?
Demasiadas preguntas para una chica de 20 años poco inspirada. Pero, si hay algo claro es que donde duele, inspira. 

viernes, 22 de abril de 2011

Bendita inocencia

Paso cerca de una plaza con columpios en la que juegan niños mientras se comen la merienda, cuando de pronto escucho: "Mamá, ¿le has echado amor al bocadillo?", y no puedo evitar sonreír. Un niño de unos ocho años, de cabello rubio y cara redonda, se columpia mientras su madre lo vigila desde un banco.
Observo la escena mientras me alejo y, una vez más, me fascina la capacidad que el ser humano tiene para sorprenderme, en este caso para bien. 
Espero que ese niño tarde mucho en descubrir que el amor es algo que no se puede comer, y que los padres a veces también te decepcionan.